Guión: Damián Connelly
Dibujo: Laura "Lauri" Fernández
Editorial: Dead Pop
Dibujo: Laura "Lauri" Fernández
Editorial: Dead Pop
Sucede que a veces me toca una historieta que no terminó de
cranear porque no me cierra, porque si bien la disfrute y me pareció correcta
siento que le faltó algo para hacerla memorable del todo. Como no puedo
explicar exactamente qué es lo que me hace ruido vamos analizando esta novela
gráfica del año 2014 por partes.
El dibujo de Lauri Fernández es inobjetable; tiene un estilo
entre crudo y poético, que me recuerda un poco a Jill Thompson en ‘The
Invisibles’, con un increíble trabajo de expresiones que va perfecto con el
tono de la historia. Hay mucho cuidado en los fondos, detalles de ropa y
cuerpos. La puesta de página es clásica pero marca muy bien el ritmo de
lectura, sobre todo en las muchas secuencias mudas. Y cuando rompe las viñetas y
una pierna se “cuela” en la siguiente, o cuando muestra una splash page de un
garche explicito pero con los cuerpos fundiéndose, quedan unas imágenes de un impacto
visual muy alto.
La idea de la trama también me resultó muy atractiva. El
protagonista, Trevor Callahan, es un asesino a sueldo irlandés que deja cartas
sobre sus víctimas; tiene sueños raros, no duerme bien y quiere entregar el último
naipe de la baraja. Por supuesto el capo mafia para el que trabaja no lo va a
dejar ir así nomás y le encomienda un último trabajo que parece fácil (sabemos que nunca lo es)
Creo que por acá empieza a surgir lo que me molesta de la
obra: tiene muy buenos personajes, construidos con unos diálogos simples, muy
contundentes y me gusta que todos tienen como un doble juego en la personalidad
(Trevor además de sicario toca en una banda de jazz, el mafioso para el que
trabaja es un carnicero, etc.) pero el argumento que los conecta es el cliché del
genero noir a la enésima potencia, cae en casi todos los lugares comunes. La
vuelta de tuerca que me parece que trata de vender Connelly es el peso de las
cartas, de los sueños, incluso de temas musicales como ‘Coffin Blues’ o ‘My
funny Valentine’, digamos elementos más relacionados con la magia y la ilusión
que se filtran en este mundo realista, solido y duro. Y esta el meollo de la cuestión, no siento que se
conecten, que uno fluya con el otro; están muy bien presentados las dos vertientes, la onírica (mágica) y la realista (cruda), pero no se terminan de combinar y cada una le quita desarrollo a la otra.
El resultado es un comic que da gusto leer por su género (inspirador
de miles de historias geniales), por sus aciertos de caracterizaciones y
ambientes, por el hermoso dibujo, pero que no termina de estar a la altura de
las expectativas.
Comentarios